5 de octubre de 2015

Degenerar la escalada


La curvatura de mis caderas golpea vaivenes violentos sobre su vientre pasivo y redondo. Lentamente, impulsada por 
la cadencia de mi respiración, le bailo su silueta en espiral y hacia arriba. Vertical y violencia. Aparatos de metal. Perforo 
su piel con saña y suspendo mi vida de su sangre, sus relieves, las asperezas que le crecen en las concavidades del cuerpo 
mineral. Con los ojos cerrados, ella se deja hacer. Muerdo sus párpados con mis muelas. Luego me detengo y me abandono 
un instante en un charco de ternura. La miro dócil y le acaricio los pómulos con pequeños besos sedantes y empatía. 
Y sigo: metro a metro, lametón a lametón, le hago el amor a la roca. Al pollón de roca. Desde la tierra raíz hasta su cumbre aire.  


Los rasguños de los dedos de las manos y las magulladuras de las rodillas. Los brazos ligeramente hinchados de movimiento. 
Los párpados vacíos. Entre la tierra raíz y la cumbre aire, esos son todos los cambios que puedo encontrar en mi cuerpo. 
Y sin embargo, se supone que después de seis años siendo macho, ahora vuelvo a ser hembra: cuenta la leyenda que cada vez 
que alcanzas la cima del Cavall Bernat de Montserrat, cambias de sexo. Y esta ha sido mi segunda vez.


Tetas + vagina + curvas = hembra (y por encima, sin siquiera considerar que pudieran existir otras opciones, mujer).
El sexo. La etiqueta que se me coloca cuando mi cuerpo es leído por las miradas.


Por las venas, por el tejido intersticial que envuelve a mis fibras musculares, por la mielina que rodea a mis nervios: las 
raíces que emiten las palabras se cuelan hacia el interior de mi cuerpo. Algunas sílabas resisten al tiempo enquistadas 
debajo de la piel. Los giros sintácticos esculpen la curvatura de algunos de mis huesos. El sexo: la etiqueta que ejecuto 
a través de los significados inconscientes que incorporo a las palpitaciones de mis vísceras. Sacudo mis brazos y mis piernas 
para soltar los vocablos que significan mi cuerpo. Por lo demás, qué importarían las etiquetas enganchadas a mi piel 
si me resultara posible desnudarme completamente de ellas y ser con amplitud.


Sacudo mis brazos y mis piernas para soltar los vocablos que significan mi cuerpo. Razono las sensaciones y arranco la piel 
del andamiaje invisible sobre el que se construye mi animal natural cuerpo. Y sigo intentando expandir el uso que hago de 
mis caderas, el concepto que abarcan las palabras y las formas de las partes de mi cuerpo, la manera en la que gira mi timidez, 
el impacto de mi dulce agresividad y la violencia de una sonrisa que, poco a poco, aprende a ladrar en una tierra intermedia 
a la que las etiquetas dejan de tener acceso. 


Puede que, en lugar de cambiar de sexo, a lo largo de esta escalada simplemente haya perdido otra nueva esquinita de mi 
género en algún lugar entre la tierra raíz y la cumbre aire.


La compañía y las fotos son de Jordi Rovira (tu guía de Montaña), Juan Luis Blanco (Mi cuaderno nuevoSIgNO
Blanco letters) y eider elizegi.

















































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